lunes, 15 de marzo de 2010

Es sano decir que el flujo mercantil de la comprensión,
el entendimiento,
de la aprehensión,
el conocimiento,
la enseñanza,
el mismísimo tonto dios,
y el cálido diablo,
esta tan aglomerado dentro de un edificio,
tan solos,
tan contaminado con gentes,
que multidireccionalmente,
fueron contaminandose entre si y
a su vez,
tan amablemente,
pretenden que uno se contagie,
de sus mismos valores,
que intrasendentes caminan
por los patíbulos cognoscitivos
hasta ahorcarse con sus sagradas
letras, formando un lazo
de muerte en negrita y margen
hacia la derecha.
Suerte la mía de haber escapado
por esa ventana mínima,
suerte la mía.
"Nunca cierro los ojos cuando te beso por la fascinación de sorprender al colibrí, que ingrávido escapa de tu boca cuando separo mis labios de los tuyos."

lunes, 8 de marzo de 2010

Me llegó hace unos momentos esta verdadera genialidad de Girondo. Pero imagino que si el leyera este blog (cosa que me animo a recrear dado que esto es un desperdicio), se enojaría al ver que hemos resaltado u observado su peculíar genio. Y probablemente nos mandaría al re carajo, volveríamos enteramente a las vaginas de nuestras madres y tendríamos el agrado de conocer geograficamente esa tan afamada loma...
Así que, a la manera de Girondo, tomensé su tiempo para leer esta gran, hermosa, sinigual y genial montaña de porquería, heces, flatos, sonrosados y delicados...




"No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando."