miércoles, 12 de diciembre de 2007

Miercoles: entrada y salida

El vuelo estaba estipulado a las 6 de la mañana. Un rato antes, quizas. Abordar no cuesta mas que 15 minutos, un poco de paciencia, y de ciencia, tal vez. El primer piso es un lugar vacio: la gente no se mira en los aeropuertos. Es una ventaja para quien desea observar mas alla de sus anteojos negros y sus reproductores musicales. El aire acondicionado no se corresponde con el estado de animo del dia, ni con el clima dentro de las valijas, y los centigrados son tan embusteros y mentirosos, asesinan y entorpecen el sistema respiratorio, una mucosa feliz para quien vuelve a su casa y lo esperan con un tecito bien caliente.
El primer control lo hacen en la entrada: un policia te mira detalladamente hasta los cordones, pero suele suceder que las puertas corredizas se atraviezan en el camino de la persecusion en un abrir y cerrar y entrar y salir de pasajeros. El siguiente en el desolado primer piso. Una cinta de goma, un aparato que parece deglutir objetos y ropa sin importar si son bajas calorias y con alto contenido de colesterol, pero ese es dato menor. Mas alla de eso, hacia los costados, se presentan unas mutaciones del Arco del Triunfo. Se presentan, si. Se anuncian con sonidos insoportables, son como los despertadores a las 4 de la mañana que suenan por equivocacion o por falta de pila. Nunca podria faltar, en este caso, el operario de dichas alimanias mecanicas y, o, u, deglutidoras, trituradoras, vomitadoras, digestivas, dieteticas (o no), de objetos. El ultimo control, por suerte, parecia ser humano. Una persona, cual ordenador, exige pasajes con detenimiento y poco volumen. Los toca, los rompe, como un niño o niña, depende.
Una vez terminada la ceremonia del control, tenemos un universo a nuestras espaldas. La division entre la manga de abordaje y un salon de no fumadores nerviosos. El aca tan reciente y el alla tan dentro de unas 3 horas. El idioma es un adorno, como un desodorante de ambiente, un cuadro mal colgado, inclinando las puntas hacia abajo, una bufanda que no te cubre del frio, porque de la manera mas invasiva y oportuna, te secuestra los segundos entre preguntas y respuestas de gente que se ha perdido cuestionando el estado de las estufas y del aire acondicionado. Tampoco llegan las maletas a tiempo, o alguna que otra emprende una nueva aventura, casi como despistada, casi como que extraña detenerse en todos esos aeropuertos y dejarse levantar por esos nuevos dueños que al encontrarse con su equipaje equivocado arremeten contra la cinta transportadora, con pena y sin gloria. Las pautas del idioma y sus limites se quebrantan ante el problema mas improbable. La lengua no tiene fé, ni templo, ni catedrales, ni hablemos de una misa, pero existen miles de fieles encolumnados al desentendimiento y la arrogancia. El primer piso era el purgatorio, una Torre de Babel de estilo moderno, con televisores de altas pulgadas y altoparlantes en cada esquina, sobornando nuestra paciencia con anuncios de nuevos arribos y proximos vuelos.
Cuando no hay lugar para arrepentimientos, se produce un lapsus. La cabeza gira hacia atrás buscando a alguien para despedirse, un acto reflejo de nuestra enfermedad solitaria. Las sombras se toman el primer taxi disponible y ya no hay mas nadie, solamente queda quien arrastra una disculpa o una llegada tarde y nos vemos a la vuelta. Ya no hay mas nadie, la sala está deshabitada de saludos y adioses, no alcanzan esas sillas incomodas para bancar el peso del silencio y la musica ambiental.
Primer y ultimo aviso. Ya estaba entre las mangas, pateando las botas hasta el microbus que te lleva a no se donde y ese no saber es el destino mas insoportable, al que niego subirme, al que negaré entender hasta bajarme, o por lo menos cuestionar todo lo posible mientras dure el viaje.