lunes, 21 de abril de 2008

Muy poco sobre las despedidas

Definitivamente, ¿como se ensaya una despedida? ¿Uno se para frente al espejo y se dice, sin pensarlo, "adios"? ¿Se mira? ¿Que se observa? ¿Se extraña? ¿Se odia? ¿Se pierde? ¿Se insulta? Pensandolo mejor, las despedidas no se ensayan. Que complicacion mayor la de espetar una despedida. Chau. Ciao. Aufweidersehen. Bye. Te saludo de nuevo, me arrepiento de irme. Las despedidas son un momento casi tragico, pero feliz, al final, cuando baja por la garganta, ese gusto a madera, o a ciruelas, rojas y moradas. Un tanino que de repente desaparece con tal de no darse la idea de volver o de olvidarse la cartera o un guante, un zapato, el reloj, me olvide de darte un beso, en la mejilla, claro. ¿El lugar? La puerta de una casa, en cualquier barrio del conurbano bonaerense, el aeropuerto de Ezeiza, terminal de Retiro. Cada uno improvisa como el mejor actor una risa preferentemente amena: primero se estiran los labios hacia los costados y hacia arriba, de manera que la boca haga una U, la U feliz, la que por momentos hace de ladrona y nos usurpa minutos que podrias aprovechar tristemente al tomarnos el colectivo para volver a casa. Luego de la "ladrona", el cuerpo tiende a articularse un poco más: se levantan un poco los brazos, teniendo en cuenta que el compañero/a puede ser mas grande en tamaño (el esfuerzo se verá desproporcionadamente recompensado) lo que nos daria una suerte de incomodidad efimera, pero importante. Ya levantados los brazos, como me pasó en la terminal de Retiro, se vuelve a improvisar una especie de agarradera corporal, reteniendo fuertemente (debilmente) a su compañera/o. Sin dejarlo escapar. El escenario es importante, porque de ahi converge el factor final de la despedida.
Para realizar las primeras maniobras, es importante que la persona a despedirse este dispuesta, geometricamente, a cierta distancia, idealmente, cerca.
Ella podria guiar su despedida, mostrarme, inocentemente, paso por paso, antes de irse, su saludo. Ahora va esto, aquello, la "ladrona", otra vez eso de antes, otra "ladrona", asi sucesivamente, hasta que haya agotado sus recursos saludativos.
Puede durar segundos, horas, dias, años. Puede durar mucho tiempo. Puede que nunca sepamos como improvisar, ni hayamos pensado en eso, como un "nos vemos". ¿Que idiotez es ese, "nos vemos"? La despedida es lapidaria. Es perfectamente diciplinante. "Adios" es "adios". No hay vuelta atras, ni adelante, no hay asientos de sobra, señor. Hay un dejo de arrepentimiento, en cada falsa despedida. Se sabe que esa falsa despedida, ella tan hipocrita, es posible detectarla como real. Verdadera, tan verdadera, que hasta se nos caeria una lagrima con solo imaginarnos el perfecto movimiento de dos objetos, acercandose uno al otro, hasta arrollarse entre ellos y formar una masa amorfa de sentimientos... falsos. La despedida, es lo que es. Hay que tomarla así: de un solo trago. Sabor a ciruelas, al final de la garganta, con un poco de madera en el paladar. Nunca conocí a nadie que, luego de un "nos vemos", haya vuelto. ¿Se perdio en su propia frase? ¿Se cayó en la O, se cortó con la S o se tropezó en la M?
La despedida es un mecanismo, muy macabro, es cierto, de poder. Ejerce una fuerza imposible de rechazar: es el momento ideal para hacer cuestionamientos irremplazables, renuncias, confesiones añejas, como el vino, como las ciruelas, pero estamos sujetos al tiempo y al poder de la ida, del escape, de la lucha contra un "porque tu madre me dijo...." o "porque me enteré que vos hiciste...". Nos somete a esperar media hora, o una hora, un vehiculo que se lleva algo nuestro, algo que nos pertenece pero que a su ves es ajeno porque se esta yendo. Si, claro que queda el recuerdo, pero es solo la abstraccion de algo que queremos que sea tan real como la existencia de Zeuz, o de Afrodita.
Las despedidas nos llevan a escribir incoherencias, tonterias poco acordes para la circunstancia. Nos revive ese tic nervioso, ese impulso de poeta malherido, y absurdo, que nos expone violentamente. Nos desnuda de pies a cabeza, nos embriaga de una insanidad incomparable. Nos hace intelectuales en las cartas cada cinco o seis meses, estoy preparando para irme el mes que viene, pero vos sabes que no puedo porque mi discusion con el calendario no terminó. Me he despedido muchas veces, pero nunca supe como hacerlo bien. De hecho, no me he despedido en absoluto. No sabria depender del recuerdo porque a veces no logro entenderlo. Y la motricidad no me favorece. No soy quien para despedirme, me rehuso completamente ante el "cuando toque tierra, te llamo". Nos lleva a resentirnos, porque no somos capaces de madurar en ese pequeño proceso. Acostumbrarnos doleria tanto como para volver a empezar la mimica del saludo. Por eso, necesitamos un solo vaso que diga "adios, quizás no nos volveremos a ver". Un gusto a madera, en el paladar, al final, como a ciruela, gustos rojos.

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