jueves, 17 de julio de 2008

Carta al Legislador de la ley sobre Estupefacientes

Señor Legislador,


Señor Legislador de la ley 1916 aprobada por el decreto de Julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un castrado.
Tu ley no sirve mas que para fastidiar a la farmacia mundial sin provecho alguno para el nivel toxicomano de la nación, porque:
Primero, el numero de los toxicomanos que se aprovisionan en las farmacias es ínfimo. Segundo, los verdaderos toxicomanos no se aprovisionan en las farmacias. Tercero, los toxicomanos que se aprovisionan en las farmacias son todos enfermos. Cuarto, el numero de los toxicomanos enfermos es ínfimo en relación a los toxicomanos voluptuosos. Quinto, las restricciones farmaceuticas de la droga no reprimirán jamas a los toxicomanos voluptuosos y organizados. Sexto, siempre habrá traficantes. Séptimo, habrá siempre toxicomanos por vicio de forma, por pasión. Octavo, los toxicomanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imprescriptible que es el que se los deje en paz.
Es por sobre todo una cuestión de conciencia. La ley de estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud publica el derecho de disponer el dolor de los hombres; en una pretensión singular de la medicina moderna, querer imponer sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balidos de la carta oficial no tienen poder de acción frente a este hecho de conciencia; a saber, mas aun que la muerte, yo soy el dueño de mi dolor. Todo hombre es juez, y juez exclusivo, de la cantidad de dolor físico, y de la vacuidad mental que pueda soportar honestamente.
Lucidez o no lucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad arrebatará jamás, es aquella que me dicta el sentimiento de mi vida física.
Y si yo he perdido mi lucidez, la medicina no tiene otra cosa que hacer sino darme las sustancias que me permitan recobrar el uso de esta lucidez.
Señores dictadores de la escuela farmaceutica de Francia, ustedes son unos pedantes roñosos: hay una cosa que deberían considerar mejor; el opio es esta imprescriptible e imperiosa sustancia que permite retornar a la vida de su alma a aquellos que han tenido la desgracia de haberla perdido. Hay un mal contra el cual el opio es soberano y este mal se llama Angustia, en su forma mental, medica, psicológica, o farmaceutica, como ustedes quieran.
La Angustia que hace a los locos. La Angustia que hace a los suicidas. La Angustia que hace a los condenados. La Angustia que la medicina no conoce. La Angustia que vuestro doctor no entiende. La Angustia que quita la vida. La Angustia que corta el cordón umbilical de la vida.
Por vuestra ley inicua ustedes ponen en manos de personas en las que no tengo confianza alguna, castrados en medicina, farmaceuticos de porquería, jueces fraudulentos, doctores, parteras, inspectores doctorales, el derecho de disponer de mi angustia, de angustia que es en mi tan aguda como las agujas de todas las brújulas del infierno.
Temblores del cuerpo o del alma, no existe sismógrafo humano que permita llegar a una evaluacion de mi dolor con precisión, que aquella, fulminante, de mi espiritu. Toda la azarosa ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser. Soy el unico juez de lo que está en mi.
Vuelvan a sus buhardillas, médicos parásitos, y tu también Legislador Moutonier, que no es por amor a los hombres que deliras; es por tradición de imbecilidad. Tu ignorancia de lo que es un hombre, solo es comparable a tu estupidez pretendiendo limitarlo.
Deseo que tu ley recaiga sobre tu padre, sobre tu madre, sobre tu mujer y tus hijos, y toda tu posteridad. Y ahora me trago tu ley.


(Antonin Artaud, El Pesanervios, 1925)


Dedicado a ellos

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