sábado, 11 de agosto de 2007

Sin titulo

Como cuando se posaban las mariposas en el marco de mi ventana, daban vueltas en el aire escapandose del humo de los camiones, pagan su cuenta de vida con veinticuatro horas y desarrollan su huida hasta volver a empollar dentro de la horuga. Ellas ya no vuelven a posarse. Yo las miraba cuando pequeño. Bajaba dezcalso a la calle y me topaba con las libustrinas que marcaban senderos en la vereda. Y desde ahi me miraban aleteando gigantes mariposas amarillas como si fuera a liquidar su tranquilidad. Me miraban, con miedo. Yo era insignificante al lado de ellas. Era la hormiga o la polilla. Cuando bailaban, no podia imitarlas, era yo una miniatura. Era yo quien decidia observar, en las libustrinas. Tenian mi atencion sobre ellas. Cada dia esperaba a bajar en patas y lanzarme sobre el pasto.
Como cuando los autos tomaron el control del cesped, escupian el combustible arruinando nuestro pequeño parque, y las mariposas resistian en hordas contra los arboles arrancados de cuajo. Ellas dejaron de aparecer en mi ventana, en su lugar las bocinas reventaban los vidrios de mi pieza. Era la polilla. Grisacea, ya salida de su celda. Caminaba por mi calle imaginando las libustrinas, ya no descalzo. Emparchaba mis dedos con un cuero falso para no clavarme las botellas rotas en la zanja. Y en lugar de pasto, cemento. Autos estacionados, desfilando dinero en brutas bolas de metal y caucho. Y las mariposas ya no tenian donde lucirse, no tenian lugar donde yo pueda observarlas, como cuando ellas venian, como cuando yo de pequeño.

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